Hace unos días emitieron por televisión una interesante película titulada “El ciudadano ilustre” de 2016. El protagonista es un Premio Nobel de Literatura argentino de 60 años afincado en Barcelona desde hace cuatro décadas. En su pueblo natal lo invitan para que pronuncie alguna conferencia y reciba el reconocimiento de ciudadano ilustre. Después de mucho dudarlo, el protagonista viaja al pueblo, donde lo reciben con todos los honores; pero, poco a poco, las cosas se tuercen, fundamentalmente porque en sus novelas retrata con crudeza la vida y costumbres de sus paisanos; por esa y otras razones, todo el mundo se indispone contra él, pasando a ser una persona non grata; el resultado es la muerte del protagonista. ¡Cuánto me recuerda a “Un enemigo del pueblo”, de Ibsen, 1882, salvando las distancias ideológicas y temporales!: El doctor Stockmann descubre una bacteria en el balneario que proporciona la riqueza al pueblo; por lo cual se enfrenta a los poderosos, las periodistas, a la corporación municipal… El pueblo lo señala como un traidor y se confabula para hacerle la vida imposible. Todo esto viene porque cuando esto sucede, un personaje pasa de ser modélico a ser borrado de las instituciones. En España y en nuestra Comunidad, todos conocemos casos. Después de la dictadura franquista, todas las calles, estatuas, etc. del todopoderoso y de sus generales fueron sustituidas por otros nombres; a veces, en función de cuál sea el partido que está en el poder, esas dignidades se eliminan de forma caprichosa (el caso de algún escritor, pintor, etc. que se halla en entredicho por sus ideas, por su condición sexual o por sus excesos). Y termino con algo que está sobre la mesa: el exalcalde de Benidorm, Eduardo Zaplana, después presidente de la Generalitat y por último ministro de Justicia, está condenado a pagar una gran cantidad de dinero y a cumplir con unos cuantos años de cárcel. ¿Habría, por ende, que quitar su nombre a una de las Avenidas más importantes de nuestra ciudad? Eso ocurre por poner nombres de personajes vivos, que pueden torcerse posteriormente. ¿A que eso no pasa con el colegio Puig Campana, el instituto Mediterrània o la calle de la Iglesia?
Manuel Palazón